ELEFANTES BLANCOS


UNO
ELEFANTES BLANCOS, FUMAN Y SE ESFUMAN

Ayer me di cuenta de que te conocía. De que era capaz de diferenciar tu nombre de tu apellido. Pensé que todo el mundo  notaría que has empezado a morderte las uñas, que te encantan esos vaqueros, que odias los dobladillos. Esperaba encontrar en el tablón de anuncios la noticia del día: un viaje me ha vuelto a cambiar la vida, sigo fumando. Pero a nadie le parece importante que ya no te rías.

Detesto saber cual es tu película favorita. Y que te gusten tanto las palomitas. Odio los helados de fresa. Ayer abrí la nevera y sólo había fruta. Alguien debe haberme puesto a dieta. He estado ahorrando para pagar la fianza. Ahora no tengo un duro. Hace años que no tengo un duro. Y aquella casa es la mitad de lo que recordaba. Debe ser cuestión de perspectiva. Cuanto más te conozco, más pequeño se vuelve el resto.

Hoy has aparecido de pronto detrás de una careta de batman. No me des esos sustos. Traías caramelos en un bolsillo. He pisado uno al irme a la cama. No quiero que te quedes. He pisado otro al ir a vaciar el cenicero. Estaba lleno. Había: Palomitas. Uñas. Caramelos. Trenes. Dedos. Agujetas. Cosquillas. Lágrimas. Elefantes. Bromas. Carcajadas. Luces. Bombas. Cámara. Suelo. Verde. Limón. Ojos. Y un montón de cigarrillos. No he pisado otro al volver. Ya sabía que ahí dejarías uno y lo esquivé.


Por eso pisé al elefante blanco. Le dije: 


------Disculpe, no le había visto.



DOS
OSCUROS ELEFANTES BLANCOS

Me he encontrado con un elefante blanco en el rellano de la escalera. Casi caigo encima suya pues iba bajando a toda prisa y a oscuras. Corría, tú lo sabes, para darte la guitarra. Sé que estabas esperando abajo, pero es que el elefante blanco no me dejaba pasar.

Lo he intentado todo, créeme. Me conoces, sabes que se me da bien la dialéctica, aunque tampoco pretendo convencer a nadie. Al final, he desistido. Volví a subir para contarte todo esto por la ventana pero, como era de esperar, me encontré con otro elefante blanco en el piso de arriba. Éste parecía gris, pero es que ese piso queda por encima de las farolas.

He pasado dos horas sentada en la escalera, escuchando cómo ambos se contaban historias mientras yo tocaba la guitarra. La verdad es que eran bastante interesantes, así que tampoco se estaba mal allí. Pero me han hecho prometer que no contaría nada a nadie de lo que había oído y por eso no puedo compartirlas contigo.

En fin, por eso no he podido dejarte la guitarra, y creo que deberías subir tú a buscarla porque, con un poco de suerte, te quedarás atrapado en el rellano entre elefante blanco y elefante blanco.



TRES
ENTRE ELEFANTE BLANCO Y ELEFANTE BLANCO


Los oscuros elefantes blancos son grises por la luz que les rodea.

Entre elefante blanco y elefante blanco están los pensamientos que uno no quiere retener,

como sentirse insignificante ante la inmensidad de una ballena,

o amenazado ante la insignificancia de una araña,

o sentir miedo ante el cambio. De ballena a araña, de araña a ballena,


pues los elefantes blancos ni nadan ni trepan ni son blancos. 



CUATRO
EL PORQUÉ DE LA CAZA


Un día de estos quiero cazar un elefante blanco y meterlo en una jaula de pájaro para que cante por las mañanas junto con el resto de la orquesta. Las flores flauta, las tortugas tambor, el colibrí violín. Podría ser un gran tenor o tocar la tuba.

Aunque cuando pienso en que podría escaparse de su jaula volando, se me quitan las ganas de cazar elefantes blancos. ¿Quién no echaría de menos el sonido de una tuba? Dudo que pudiera acostumbrarme.

Me pregunto cómo es la vida de los cazadores de elefantes.



CINCO
¡DIBÚJAME UN ELEFANTE BLANCO!


¡Dibújame un elefante blanco! ¡Dibújame un elefante blanco!— solía pedirles.

Pero ningún dibujo se parecía a mis elefantes blancos. Hasta que un día, hubo uno que, tras horas con en lápiz en la mano, me entregó una hoja que no tenía ni una línea dibujada.

—¡Por fin! ¡Gracias! dije sonriendo.


Ahora que estás aquí, que te quedas a dormir, que te dejo mi cama, madre, toda para ti; y me tumbo en el sofá a mirar el techo, el blanco techo, ése que suele estar colmado de elefantes blancos, hoy está vacío. Ya sabes dónde están los oscuros elefantes blancos, en ese lugar de la pupila donde no existe nada más. Pero esta noche tengo los ojos llenos de imágenes viejas. Un recuerdo que no recordaba aparece en el techo como la mancha de un mosquito que yo no maté. Debería pintar el techo, si no fuese a mudarme ya.


De pronto, ya no estoy en este sofá. Ahora son las 3 de la mañana y eres tú quien ocupa la cama. Otra cama. Otro sofá. Otra casa. ¿Otra yo? Las 3 y 21 minutos, sí. Me he deslizado para salir por los pies de la cama porque tú duermes en el borde y yo, junto a la pared. Estoy descalza, me cruje un dedo del pie al pisar el suelo. Me paro. Sigues durmiendo. Respiras muy fuerte y ya son las 3 y 23 minutos. Pienso que no puede ir tan rápido el tiempo, que será porque el reloj no marca los segundos. Es imposible que haya pasado más de un minuto.

Enciendo una vela. El mechero hace un sonido estrepitoso, casi como un trueno, pero no te despiertas. Me siento en el sofá, con las piernas encogidas y escribo en la penumbra. Tengo que acercarme mucho a la diminuta luz, todo es muy incómodo, sobretodo controlar la respiración o el roce del lápiz. Intento ahorrar palabras para no hacer ruido, «escribir es callar» decía Marguerite Duras. Escribo:

«Somos raros. Tú y yo. Estamos ahora mismo, a las 3 y 33 minutos sentados en un sofá, en ciudades distintas, con personas distintas que duermen de forma diferente en camas extrañas, pero respiran igual de fuerte para nosotros. No nos conocemos. Jamás sabremos que esto sucedió, pero podemos imaginarlo. Podemos imaginarlo de forma simultánea. Después mataremos este recuerdo como si fuese un mosquito.

¿No te parece raro? Cuando estamos solos, no sabemos si queremos oír esa respiración, cuando estamos acompañados, no sabemos si es ésa la respiración que queremos oír, cuando dejamos de oírla, no sabemos si nos hemos equivocado, pero nos alegramos de estar solos. Somos raros. No puedo ver los elefantes blancos porque esta vela sólo lanza sombras sin forma sobre el techo. ¿Puedes tú? Seguro que tampoco puedes encender la luz.


Un día vamos a encontrarnos en el mismo sillón, eso podría pasar cualquier noche. Quizás nos despertemos y nos deslicemos hacia los pies de la cama para no despertar al otro, quizás encendamos la misma vela y la pongamos cerca de un cuaderno, el mismo cuaderno y quizás escribamos a la vez que son las 3 y 43 y que somos raros. Puede que ahora mismo esté pasando y yo no sea capaz de verte, como a los elefantes blancos, ni sea capaz de escucharte con toda esa respiración que viene del otro lado de la casa. Pero si un día nos encontramos en un sofá cualquiera y consigo verte, prometo decirte:

¡Dibújame un elefante blanco! ¡Dibújame un elefante blanco!»




SEIS
MIRÉ DE NUEVO AL ELEFANTE

---Mucho antes de que existiesen los elefantes blancos, yo quería un elefante.

---Dibujaba trazos en mis cuadernos con una pluma y tinta Mont Blanc. Como nunca aprendí francés, imaginaba que la tinta negra Mont Blanc significaba algo así como ''Blancas montañas'', irónico, ¿verdad? Por eso sonreía al intentar dibujar elefantes blancos. Toda la libreta se llenaba de patas, trompas, lomos y cuernos de marfil negros. Todo error suponía una mancha negra más y, al principio, me equivocaba una y otra vez, era incapaz de dibujar un solo elefante blanco.

---Un día desistí. Dejé de dibujar. Me habría olvidado de los elefantes blancos si no fuese porque la mesa se quedó manchada para siempre con tres pequeñas gotas de tinta que no había forma de quitar. Y como no podía olvidarlo, comencé a pedirles a ellos que me dibujasen un elefante blanco y el proceso se volvió a repetir. Ninguno era capaz de hacerlo tal y como yo quería. Hasta que ocurrieron dos sucesos muy curiosos para mí.

---El primero fue cuando uno de ellos se negó a dibujarme un elefante blanco. Yo no sabía porqué no quería intentarlo, pensé que quizás podría hacerlo tan bien que el dibujo quedaría perfecto. Llegué a imaginar los trazos limpios, las curvas en equilibrio, el papel acabado, enmarcado y colgado en una pared de un pasillo de una casa encima de Mont Blanc. Mi imaginación fue tan lejos que creció en mí un deseo por comprobar si él sabía hacerlo como yo creía. Se lo pedí una y otra vez, pero la respuesta siempre era la misma. Me puse muy triste y no tuve más remedio que dejar de intentarlo.

---El segundo suceso ocurrió un día cualquiera, no recuerdo la fecha, no sé si era primavera o invierno. Uno de ellos, después de pasar horas mirando el papel me lo devolvió en blanco asegurando que había dibujado mi elefante blanco. Y, efectivamente, acertó. Supe que el perfecto elefante blanco sólo existía en mi pensamiento. Sonreí ante aquel descubrimiento, y sin embargo, al poco, sentí que debía haberme dado cuenta antes de todo eso yo sola. Entonces, comenzó a crecer un resquemor en mí, algo que hizo que me alejase del dibujante de elefantes blancos.

---Desde entonces no he vuelto a pedirle a nadie que me dibuje un elefante blanco. A cambio, suelo dejar que cada uno dibuje lo que quiera en mi cuaderno, y tengo todo un zoológico contenido entre sus hojas. Hace una semana, al abrirlo, descubrí que alguien había dejado tres gotas de tinta en medio de una de las páginas y, al pensarla inservible, había pasado a la siguiente. Las tres gotas estaban dispuestas de forma triangular y, el centro contenía por casualidad un pequeño e imperfecto elefante blanco que levantaba la trompa saludándome alegremente.

---¿Fuiste tú o fui yo? Miré de nuevo al elefante y no parecía importarle.



SIETE 
PIMIENTOS ROJOS ASADOS BLANCAMENTE

Al entrar en la cocina, he visto al elefante blanco asando pimientos.

Me ha ofrecido uno.

Le he dicho que no, que gracias, que estaba muy caliente para mí.



Se ha indignado.



Los pimientos olían muy bien, eso sí.

No me va a dejar probarlos luego.



Aunque, ahora que lo pienso... el elefante blanco asando pimientos...

¿De dónde ha sacado la receta?




OCHO
A CUALQUIERA QUE LE CUENTES ELEFANTES BLANCOS


Ocurrirá que las cejas y los ojos, y puede que también la boca de cualquiera a quien le cuentes cosas sobre elefantes blancos cambiarán de posición. Serán sus rasgos un mapa del laberinto de puntos estimulados en su cerebro formando lo que se llama un ''encefalograma paquidermo''.



NUEVE
ESTOR-NUDO

-
Estaban desnudos.

Desnudos todos.

Todos los elefantes blancos estaban desnudos.

Y no me di cuenta. No me había dado cuenta hasta que uno



estornudó. 



Y
LOS ELEFANTES EN LA BOLSA
-

Subieron como la espuma. Llenaron todos los rodapiés, las paredes, el techo. Siguieron subiendo hasta romper los marcadores del IBEX 35. Se desbordaron, créame, como nubes en el cielo. Y todos pudieron ver cómo llovían elefantes blancos.

Los vimos a través de las ventanas, ¡claro que los vimos! porque estábamos mirando desde la calle. Los accionistas quedaron paralizados, las compañías telefónicas quebraron las primeras, las feministas no sabían qué decir y los niños...

Cuando todo terminó, sólo los niños sabían qué había pasado. Al fin y al cabo, eran ellos quienes llevaban toda la vida leyendo cuentos y durmiendo sobre una bolsa llena de elefantes blancos.



CERO
LA HUELLA INDIVISIBLE


Uno a uno fueron saliendo de la casa. Sentían tal pesadez de espíritu que hundieron el suelo dejando las huellas de sus enormes pies a su paso. No dijeron adiós pues sabían de mi costumbre de evitar las despedidas. El más pequeño, cuyo tamaño estaba entre el índice de mi mano y el índice de un manual para montar paracaídas, miró hacia atrás un segundo. Su compañero apresuró un movimiento de la trompa para que girase la cabeza de nuevo. Yo ni siquiera lo miré. Era incapaz de hacerlo.

Y la casa se llenó de huecos. Las paredes ya no eran lo mismo. Pensé en pintarlas de color, sólo por vaciar los vacíos.

No quise saber a dónde se habían ido todos los elefantes blancos. Eso sólo ayudaría a poder especular sobre si estarían felices en su nuevo lugar. Decidí cubrir el suelo de alfombras y moquetas y sólo en las noches de verano, cuando volvía a casa y caminaba descalza, recordaba que, bajo aquella capa de protección, latían con mis pasos las huellas de los oscuros elefantes blancos y comencé a pensar si no hubiese sido mejor haber tenido una despedida gris. Pero, no me arrepentí, no. No me arrepentí.





Y CONTÉ HASTA INFINITO.
 
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