viernes, noviembre 26, 2010

Pequeñas pastillas blancas para curar grandes elefantes

Cuando los elefantes se fueron lejos de Sora, Eliacim le mandó un ramo de rosas blancas que olían a champán. Era la primera vez que le regalaban flores, la tarjeta no traía remite alguno y el breve mensaje de dos palabras contenía una horrible falta de ortografía. Fue precisamente aquella broma irónica la que hizo que Sora supiese que el ramo era de Eliacim, alguien a quien había visto apenas tres veces en su vida. ¿Quién si no podría hacer que volviesen los elefantes blancos sin saber nada de su ausencia?

Sora y Eliacim respiraban aires y vidas completamente diferentes. Sin embargo, existía un vínculo indivisible entre ellos. Todos los días a las 12 de la noche (a las 11 en invierno), sonaba la alarma del mismo reloj en dos sitios diferentes. Una parte del reloj estaba en casa de Eliacim, la otra en casa de Sora. Ambos eran personas sociables, y ambos vivían solos. Eran amantes de la soledad.

Pero la soledad tiene secretos que sólo aquellos que la conocen han escuchado. Secretos que no se pueden contar, pues están compuestos de silencio. Vivir con ella es mucho más dificil que vivir con cualquier persona, pero también tiene recompensas que nadie podría darte. Vivir con la soledad es vivir con uno mismo. Descubrirse cada día. Cuidarse o no cuidarse, aguantarse o no aguantarse, quererse o no quererse.

Es muy fácil caer en la dejadez de la casa. De hecho, no hay que hacer nada para que ocurra. Sin embargo, cuando uno pasa un tiempo viviendo consigo, comienza a elegir con mucha más precisión las personas con las que quiere compartir, pues no lo hace por necesidad sino por gusto. Eliacim creía que se había vuelto muy exigente con los años, y quizás fuese cierto, solo que Eliacim no exigía nada a nadie. Y cuando la soledad se quedaba en casa, como un invitado no deseado, tanto Eliacim como Sora tomaban pastillas blancas con forma de reloj.

Es cierto. La soledad deseada a veces se convierte en una mala compañía. Y quizás por eso la gente piensa que es malo estar solo. Sora se preguntaba si toda esa gente no sentía ganas de estar sola un rato cada día, o si no se sentían mucho más solos en compañía que con ellos mismos. Eliacim pensó que ya era hora de elegir una ciudad diferente y hacer un viaje más con Sora para hablar de todo esto.

Y así fue.


(No es un ensayo, ni mucho menos y pienso borrarlo mañana. Lo he puesto para ti. No tengo mucho más que decir acerca de la soledad. Ya sabes que me encanta la libertad. Y quienes quieran conocer eso, que lo prueben. ¿O acaso conocerán a qué sabe el Les Alcuses en una terraza que da a Sol leyendo la etiqueta? Un beso, Eliacim).
 
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