lunes, febrero 21, 2011

Pum

No sé de dónde sacaban la pólvora, pero recuerdo verles metiéndola en rollos de papel higiénico. Dejaban un agujero pequeño para la mecha y lo liaban todo con cinta aislante. Tenían cuidado, claro está, de ponerlos lejos del alcance de los perros. 

Yo estaba sentada en un columpio. Un elefante blanco me balanceaba como si se tratase del mismo futuro en persona. Marcos aún no había llegado. No sé si estalló antes el petardo casero o los ladridos de los perros. Me pilló a medio camino entre el cielo y la tierra. Un zapato salió despedido. Menos mal que Marcos llegó a tiempo.

 
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