Marbella parece una ciudad mucho más moderna, sus calles son inmensas. Camino por la Avenida de Ricardo Soriano junto a un policía. No me ha detenido, es mucho peor, estamos prometidos. Vamos hacia el Ayuntamiento a ver a uno de sus contactos que me dará un puesto de trabajo fijo como administrativa, aunque yo haya estudiado un año de Arquitectura y otro de Filología. Tengo 21 años, un anillo y un vestido muy caro.
Paramos en una tienda de gafas de sol. Él señala unas Ray Ban y muestra su billetera, no saca dinero ni tarjetas, no hace falta. El dependiente comienza a sacar modelos y él se prueba un par tras otro y se mira al espejo haciendo siempre el mismo gesto: arruga el entrecejo, luego sonríe, y vuelve a ponerse serio antes de desecharlas.
Entra una pareja con un carrito de bebé. Mis manos se van hacia el vientre y lo cubren. La mirada se me cae al suelo. Sé que pronto mi hija cumplirá un año. También sé que se llama Candela, aunque no tengo ni idea de lo que le han contado a ella. Antes de levantar los ojos, él me tira del brazo y me saca silenciosa y bruscamente de la tienda.
-No quiero que vuelvas a pensar en ella- me dice.
-¿En quién?
Volvemos a discutir de camino al Ayuntamiento. No me gusta discutir. Antes de entrar, me advierte:
-Quiero verte sonriente.
Y sonrío.
Al volver a casa, la Avenida de Ricardo Soriano parece haber encogido. Todas las calles lo han hecho. Camino torpe. Y sigo caminando.