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————¡Dibújame un elefante blanco! ¡Dibújame un elefante blanco!— solía pedirles.
———Pero ningún dibujo se parecía a mis elefantes blancos. Hasta que un día, hubo uno que, tras horas con en lápiz en la mano, me entregó una hoja que no tenía ni una línea dibujada.
————¡Por fin! ¡Gracias!— dije sonriendo.
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———Ahora que estás aquí, que te quedas a dormir, que te dejo mi cama, madre, toda para ti; y me tumbo en el sofá a mirar el techo, el blanco techo, ése que suele estar colmado de elefantes blancos, hoy está vacío. Ya sabes dónde están los oscuros elefantes blancos, en ese lugar de la pupila donde no existe nada más. Pero esta noche tengo los ojos llenos de imágenes viejas. Un recuerdo que no recordaba aparece en el techo como la mancha de un mosquito que yo no maté. Debería pintar el techo, si no fuese a mudarme ya.
———De pronto, ya no estoy en este sofá. Ahora son las 3 de la mañana y eres tú quien ocupa la cama. Otra cama. Otro sofá. Otra casa. ¿Otra yo? Las 3 y 21 minutos, sí. Me he deslizado para salir por los pies de la cama porque tú duermes en el borde y yo, junto a la pared. Estoy descalza, me cruje un dedo del pie al pisar el suelo. Me paro. Sigues durmiendo. Respiras muy fuerte y ya son las 3 y 23 minutos. Pienso que no puede ir tan rápido el tiempo, que será porque el reloj no marca los segundos. Es imposible que haya pasado más de un minuto.
———Enciendo una vela. El mechero hace un sonido estrepitoso, casi como un trueno, pero no te despiertas. Me siento en el sofá, con las piernas encogidas y escribo en la penumbra. Tengo que acercarme mucho a la diminuta luz, todo es muy incómodo, sobretodo controlar la respiración o el roce del lápiz. Intento ahorrar palabras para no hacer ruido, «escribir es callar» decía Marguerite Duras. Escribo:
———«Somos raros. Tú y yo. Estamos ahora mismo, a las 3 y 33 minutos sentados en un sofá, en ciudades distintas, con personas distintas que duermen de forma diferente en camas extrañas, pero respiran igual de fuerte para nosotros. No nos conocemos. Jamás sabremos que esto sucedió, pero podemos imaginarlo. Podemos imaginarlo de forma simultánea. Después mataremos este recuerdo como si fuese un mosquito.
———¿No te parece raro? Cuando estamos solos, no sabemos si queremos oír esa respiración, cuando estamos acompañados, no sabemos si es ésa la respiración que queremos oír, cuando dejamos de oírla, no sabemos si nos hemos equivocado, pero nos alegramos de estar solos. Somos raros. No puedo ver los elefantes blancos porque esta vela sólo lanza sombras sin forma sobre el techo. ¿Puedes tú? Seguro que tampoco puedes encender la luz.
———Un día vamos a encontrarnos en el mismo sillón, eso podría pasar cualquier noche. Quizás nos despertemos y nos deslicemos hacia los pies de la cama para no despertar al otro, quizás encendamos la misma vela y la pongamos cerca de un cuaderno, el mismo cuaderno y quizás escribamos a la vez que son las 3 y 43 y que somos raros. Puede que ahora mismo esté pasando y yo no sea capaz de verte, como a los elefantes blancos, ni sea capaz de escucharte con toda esa respiración que viene del otro lado de la casa. Pero si un día nos encontramos en un sofá cualquiera y consigo verte, prometo decirte:
————¡Dibújame un elefante blanco! ¡Dibújame un elefante blanco!»
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