jueves, octubre 14, 2010

Miré de nuevo al elefante

---Mucho antes de que existiesen los elefantes blancos, yo quería un elefante.

---Dibujaba trazos en mis cuadernos con una pluma y tinta Mont Blanc.. Como nunca aprendí francés, imaginaba que la tinta negra Mont Blanc significaba algo así como ''Blancas montañas'', irónico, ¿verdad? Por eso sonreía al intentar dibujar elefantes blancos. Toda la libreta se llenaba de patas, trompas, lomos y cuernos de marfil negros. Todo error suponía una mancha negra más y, al principio, me equivocaba una y otra vez, era incapaz de dibujar un solo elefante blanco.

---Un día desistí. Dejé de dibujar. Me habría olvidado de los elefantes blancos si no fuese porque la mesa se quedó manchada para siempre con tres pequeñas gotas de tinta que no había forma de quitar. Y como no podía olvidarlo, comencé a pedirles a ellos que me dibujasen un elefante blanco y el proceso se volvió a repetir. Ninguno era capaz de hacerlo tal y como yo quería. Hasta que ocurrieron dos sucesos muy curiosos para mí.

---El primero fue cuando uno de ellos se negó a dibujarme un elefante blanco. Yo no sabía porqué no quería intentarlo, pensé que quizás podría hacerlo tan bien que el dibujo quedaría perfecto. Llegué a imaginar los trazos limpios, las curvas en equilibrio, el papel acabado, enmarcado y colgado en una pared de un pasillo de una casa encima de Mont Blanc. Mi imaginación fue tan lejos que creció en mí un deseo por comprobar si él sabía hacerlo como yo creía. Se lo pedí una y otra vez, pero la respuesta siempre era la misma. Me puse muy triste y no tuve más remedio que dejar de intentarlo.

---El segundo suceso ocurrió un día cualquiera, no recuerdo la fecha, no sé si era primavera o invierno. Uno de ellos, después de pasar horas mirando el papel me lo devolvió en blanco asegurando que había dibujado mi elefante blanco. Y, efectivamente, acertó. Supe que el perfecto elefante blanco sólo existía en mi pensamiento. Sonreí ante aquel descubrimiento, y sin embargo, al poco, sentí que debía haberme dado cuenta antes de todo eso yo sola. Entonces, comenzó a crecer un resquemor en mí, algo que hizo que me alejase del dibujante de elefantes blancos.

---Desde entonces no he vuelto a pedirle a nadie que me dibuje un elefante blanco. A cambio, suelo dejar que cada uno dibuje lo que quiera en mi cuaderno, y tengo todo un zoológico contenido entre sus hojas. Hace una semana, al abrirlo, descubrí que alguien había dejado tres gotas de tinta en medio de una de las páginas y, al pensarla inservible, había pasado a la siguiente. Las tres gotas estaban dispuestas de forma triangular y, el centro contenía por casualidad un pequeño e imperfecto elefante blanco que levantaba la trompa saludándome alegremente.

---¿Fuiste tú o fui yo? Miré de nuevo al elefante y no parecía importarle.

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