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Gordos y grandes. Pesados. De pieles gruesas. Nadie los llamaría elegantes.
Pero yo he observado sus movimientos llegando a creer que estaba contemplando una partida de ajedrez. Los he visto comportándose como rivales de la monocromía, y supe que eran dueños de la única libertad posible.
Puedo afirmar que no hay nada más elegante que un oscuro elefante blanco.
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