martes, septiembre 27, 2011

El porqué de andar solo

¿Quién no se ha levantado con patas de elefante o ha descubierto en la ducha el primer mechón de lobo en la espalda? No es tan raro sufrir una trasformación de la noche a la mañana. Hay niños a los que les salen alas y hombres con colmillos caminando por las calles de cualquier ciudad. 

Marcela llevaba toda la vida observando estas transformaciones, preguntándose cuándo le tocaría a ella. Y aun así, cuando llegó su día, se sorprendió. Todo comenzó en la pantorrilla, con una herida que no terminaba de cicatrizar, un corte pequeño cuya postilla brillaba con la luz. Se la arrancó como quien se muerde las uñas, casi inconscientemente. Y al día siguiente volvió a aparecer rodeada de otras postillas más. Tardó tres días en entender que aquello no era una herida sino una transformación en toda regla: ¡escamas! Le había tocado volverse pez. La única diferencia entre Marcela y cualquier transformado era que ella podía ver cómo su cuerpo estaba cambiando y, a pesar de que sabía que tenía que ocurrir tarde o temprano, de estar segura de que era algo tan inevitable como la muerte, se asustó. Pronto no podría respirar. 

Cualquier transformado en su lugar notaría la falta de aire y lo achacaría a los malos humos de la ciudad, a la edad o al tabaco. Probablemente podría vivir años siendo un pez humano, pero le ahogaría su matrimonio o sus hijos, su trabajo o su exceso de tiempo libre, cualquier cosa. Marcela había observado a muchos peces humanos, de cuerpo abatido y espaldas curvadas, de pies lentos y ojos brillantes que parecían lagrimear constantemente. Le hubiese gustado explicarles el porqué de sus males, pero ¿quién la habría creído? Una vez intentó avisar a una amiga de que el chico con el que salía era un lobo humano, una criatura sedienta y oscura que engatusaba a sus víctimas con una sonrisa formada por brillantes dientes, un ser peligroso cuya casa también se había transformado en una cueva sombría llena de huesos y ecos. Pero su amiga pensó que exageraba y acabó convertida en conejillo de indias. 

Sin embargo, ya no era momento de avisar sino de actuar. ¿Dónde podría vivir un pez si no en el agua? Marcela empezó a tomar largos baños y solo salía de casa cuando llovía. Poco a poco, dejaron de molestarle las cosas que hieren a los humanos, todo le resbalaba por su piel escamosa, mientras sus ojos eran capaces de ver las profundidades de otras miradas. Lo cierto era que no estaba tan mal ser un pez humano. 


continuará...
 
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